Por: Erika Salinas
Cuando inició el distanciamiento social en el país y en particular en Acapulco, pensé que sería algo temporal, que duraría cuando mucho unas dos semanas; el primer cambio tuvo que ver con mi hija porque ella inmediatamente dejó de ir a la escuela, sin embargo, yo aún iba a trabajar, lo que hasta cierto punto me ponía en un estado semi-normal y aparentemente mi vida la hacía igual.
Conforme pasaron los días y este tema no sólo se hizo más serio, sino más alarmante y también fastidioso por la cantidad de información falsa que solo alimentaba el miedo colectivo, llegué a la conclusión que necesitaba aprovechar tooodo ese “tiempo libre” que según yo tendría; se suponía que por fin podría avanzar y/o terminar todos mis proyectos pendientes, por fin podría pintar unos cuadros, o podría actualizar la página web de Ser Mujer, estaría haciendo ejercicio, podría terminar de leer algunos libros y toda mi lista de proyectos; algunos que llevo arrastrando desde hace algunos años nuevos.
Es simplemente frustrante, que la expectativa nuevamente tenga que ser tan alta, pues en medio de una pandemia mundial y donde solo debíamos cuidarnos y no salir de nuestras casas, yo sólo asumí parte de la presión social de tener mejores hábitos o en definitiva ser alguien diferente, de preferencia mejor de lo que era antes, me sentía mal si mi tiempo era desaprovechado; esta sensación una y otra vez de que no soy suficiente, que incluso no importan las cosas que si hago bien, como el hecho de que la mayor parte del tiempo cociné para mi familia, cosa que casi no hago, o que hicimos una limpieza más profunda en casa y que pudimos poner muchos objetos y espacios en orden.
Probablemente el tema es que siempre quiero más y no me satisface cualquier cosa, eso y pensar mucho, procrastinar otro poco, lo que me hace no disciplinarme o ponerme horarios más habituales para hacer actividades, porque así como podía un día levantarme muy temprano y tener mucha energía, había días de mucho insomnio y poco productivos, en los que me costó mucho no autocastigarme sintiéndome culpable de no hacer algún pendiente.
Así como tenía días que pudiera catalogar como pésimos, malos, equis o un “poco” normales, también tuve algunos en los que estuve, motivada, esperanzada, feliz y agradecida, porque cuando mi negatividad estaba sintiéndose presente, no dejé de pensar que era y soy afortunada de tener salud, y de que mi familia, amigos y gente que quiero estuvieran bien; que estamos viviendo una situación nueva y a pesar de la incertidumbre, también tengo a mi madre que sé que ora por mi todos los días.
El hecho de que estar en mi casa no me cuesta trabajo, pues me parece un lugar agradable en el que no solo estoy con la gente que quiero, sino que es un espacio que siempre he ocupado para hacer las cosas que me gustan y en el que puedo dedicarme al trabajo y a las actividades que necesito y también me he permitido entre mis días contradictorios, poder descansar y permitirme no hacer nada, simplemente estar, respirar , tal vez hablar un poco, o simplemente dormir; recordé que “no hacer nada” también es una acción y si decidí una tarde entera solo estar sentada en mi sillón viendo la televisión, o dormir hasta tarde, tenía que disfrutarlo también, empezar a darme ese permiso de sentir el placer del descanso.
Ha sido sin duda uno de los retos más grandes, desde lo individual, familiar y colectivo, nunca escuché a nadie sentirse bien o feliz de la situación, el miedo, la ansiedad, la tristeza, la angustia y todos las emociones por las que pasé, creo que fue algo generalizado, y que en este caso que la incertidumbre es muy alta y que no sabemos cuáles serán los cambios necesarios para fortalecer no solo el cuerpo, sino también la mente; de inicio tendremos que aprender a vivir con un virus más de los miles que ya habitan nuestras células así como bacterias y parásitos microscópicos que nos han hecho cada vez más resistentes, al mismo tiempo que ellos también. Tendríamos que obligarnos a tener un estilo de vida más saludable, con una mejor y más sana alimentación, así como realizar ejercicios, pensar más positivamente; creo que ese si sería un reto muy personal, porque sin dejar de ser realista, creo que debo tomar las cosas en su justa dimensión y hacerme cargo de lo que sí puedo cambiar, lo que si esté en mis manos.
¿Aprenderé a vivir con mis miedos?, yo creo que siempre los tendré, los cotidianos, los de ahora; el miedo a la enfermedad o a la muerte en realidad no es algo nuevo, pero no me paraliza y tampoco me dejo invadir, es lo que es, una idea o pensamiento, algo producto de mi imaginación, me permito sentirlo, lo vivo, respiro y pasa; a veces se queda un poco más, a veces desaparece por completo, me olvido y de nuevo soy feliz, vuelvo a disfrutar el momento, agradezco.
Todo está cambiando, yo lo hago constantemente y trato de conocerme, comprenderme y aceptarme también, trato y trato mucho, de ser mucho más amable conmigo, sobre todo más paciente, aprendiendo de mis errores, pero eso sí, siempre dando lo mejor de mí en cada cosa que hago, con las mismas convicciones y compromiso.
Ha sido un tiempo de contrastes, he tenido momentos de tristeza porque ahora mucha gente hace falta, duelen la pérdida, la ausencia, el vacío que le dejan a sus seres queridos, me duele el dolor; sin embargo, tampoco han faltado, las manos que ayudan, los brazos que reconfortan, las palabras sinceras, la gente que acompaña aún en la distancia; esta pandemia nos exige resiliencia y cambios para bien, para ser mejores, para seguir viviendo con la esperanza de que tendremos un futuro feliz.